miércoles, 4 de mayo de 2011

El ángel de mi padre

Mis quince años se festejaron en un pueblo llamado San José de Bacum, Sonora. Al día siguiente se festejo también la boda de mi primo el de mayor edad, Osvaldo. Sin embargo, la fiesta fue en el pueblo de la novia a unos cuantos minutos de San José. Mi mamá se encontraba en casa de mi abuela y mi hermano Jesús ya estaba en la boda. Fuimos mi papá y yo a casa de mi abuela y mi madre no quiso ir. Así que emprendimos el camino ala fiesta.
Como siempre ha sido, íbamos callados, cansados de los ajetreos de las fiestas de diciembre. Mi papá como siempre lo ha hecho, manejaba muy despacio sin ningún apuro, entonces una camioneta iba aun más lento frente a nosotros, y mi padre, no acelero para adelantarse, simplemente iba tras la camioneta esperando a que el tipo que manejaba se apresurara un poco… El carro del que hablo, no lo podré olvidar como cualquier otro, pues hasta me fije en la marca y características: Ford, caja de carga, blanca pero despintada de algunas partes y muuuuy lenta. Entonces yo como copiloto, solo podía ver la vereda larga de la carretera al lado de la camioneta Ford. En aquellos lugares, es común que los señores de edad, anden en bicicleta. Eso mismo pensé: es un señor en bicicleta, vestido con camisa blanca. Pues del lado derecho de la carretera, miré a lo lejos, alguien venir muy rápido. Así pues en esos escasos segundos, pensé que era un señor en bicicleta. Cuando comenzó a acercarse, nunca mire la bicicleta ni el resplandor del foco que tienen enfrente, no mire ninguna estructura metálica, no mire nada, solo una figura blanca acercarse. Al siguiente segundo, mire clara y perfectamente a ese ser 1.5 metros arriba del suelo, abriendo sus alas tal cual el pájaro las abre y las acomoda en su cuerpo para declinar, de la misma manera mire a esa figura abrir las alas (alotas) y cerrarlas para meterse ala ventana del copiloto de la mencionada camioneta Ford. Rápidamente voltee a mira a mi padre y sus ojos eran resplandecientes y su sonrisa aún más, me pregunto si había visto lo mismo y le dije que si. Dije: lo aplastaron, voltee hacia tras de la carretera para ver si el ¨pájaro¨ había sido atropellado, o algo… y nada, obviamente tampoco lo miramos salir del otro lado de la camioneta. Le dije a mi papi que ahora si se animara a rebasar el carro para ver a las personas en la Ford. Pasamos, volteamos y ellos iban perfectamente… Mi papá apresuro su camino los pasamos y nos quedamos atónitos pensando en lo que acabábamos de percatar. Lo único que se, es que ambos miramos una figura de unos 2m. de altura, blanca resplandeciente, con unas alas enormes venir enfrente y meterse a la camioneta que estaba a 1metro de distancia. No sentí nunca miedo, pero si me quede muy impresionada. Llegamos a la fiesta, y mi papá llego contándoles a todos lo que acabábamos de ver. No le creyeron, porque siempre ha sido muy fantasioso y tiene 1001 cuentos sobrenaturales. Curiosamente desde niños, siempre nos contaba muchísimos cuentos que aun los se... Aunque sólo le creyera yo y le sigo creyendo (a algunas cosas). Esas horas después de lo que vimos, mi padre se miraba feliz y yo también, pues esas cosas no se miran a diario y como ya dije a mi papá le fascina lo sobrenatural. Solamente los dos sabíamos que habíamos mirado a ese ser REALMENTE y que al menos una de sus múltiples experiencias yo su hija, había estado allí para mirarlo con mis propios ojos. Entonces era una niña y no pude digerir muy bien esa experiencia, hasta años después, hasta ahora. Ahora recuerdo aquel día, y puedo creerle aun más a mi padre todos los cuentos que me narraba. Puedo saber que él me heredo, y me enseño también muchas cosas que hoy me ayudan a ser mejor, su carácter por ejemplo y por supuesto sus nobles sentimientos. Le doy gracias a la vida, por haberme dado un papa así de genial. Amo a mi madre, pero el día de hoy puedo afirmar claramente y sin ningún remordimiento que la enseñanza de mi padre (el me enseño a leer a los 5 años), los valores y los cuentos que me narraba de niña, sus palabras, su nobleza, su gusto por la lectura, su entrega con sus muchísimos amigos, el movimiento del pie por la noche, su nariz, sus labios, sus ojos profundos, su cabello, su piel, su ceja, la forma de su cara y aquel lunar que tiene en un brazo fueron el regalo más grande que pudo darme. Porque hoy, se que mi esencia y pensamiento son gracias a José de Jesús Domínguez Tapia, quinto en la lista de 11 hijos, huérfano de madre, contador público por UNAM, filósofo reprimido, estudioso desde los libros más cultos de filosofía hasta las novelitas de vaqueros, aventurero, Con PENSAMIENTO LIBRE, un Amigo Excepcional, Con un corazón gigante y noble; y sobre todas las cosas mi papá.

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